Día 549, lunes
La primera regla de la Asociación era precisamente nunca hablar de la Asociación. Para entrar ahí, primero tenías que dejarlo todo y guardar en una maleta lo básico: un cepillo de dientes, dos mudas de ropa y una pijama blanca (el color de la pijama, al parecer, era un factor importante en todo este asunto). Después, quienes quisieran entrar en la Asociación tenían que renunciar al trabajo, la religión y la familia. En otras palabras, era como irse a la guerra. Las instrucciones decían que los interesados debían pararse en cierto kilómetro de la carretera central a determinada hora de la madrugada, y esperar a que pasara un camión rojo a recogerlos. El viaje estaba pactado como una travesía sin retorno. De cualquier forma, todos quienes se embarcaban en dicha aventura estaban cansados de la vida cotidiana y de las obligaciones que ésta traía consigo. Por eso, una tarde de enero, Takeshi Kusunoki se inscribió en la lista de interesados y pagó los 200 dólares que costaba la inscripción en el programa. Pasó tres semanas y media sin recibir noticias de la Asociación, hasta que un día llegó a la bandeja de entrada de su correo electrónico las instrucciones de lo que tenía que hacer para llegar. Empacó sus cosas esa misma noche. A las tres de la mañana se encontró a sí mismo en la carretera. Aproximadamente a las cinco llegaron un montón de figuras sombrías. Todos llevaban mochilas parecíadas a las de él. Todos iban a la Asociación. Casi a las seis, un camión rojo pasó por ellos. Nadie había dicho una sola palabra. Nadie había intercambiado experiencias con nadie. Nadie había dicho por qué estaban ahí. El conductor del camión les dijo que iba a ser un viaje largo. "Un viaje largo y sin retorno", les advirtió. Algunos voltearon la mirada al amanecer del verano de Lima. Un tipo vestido de negro los exhortó a vendarse los ojos y subir al camión. Una vez hecho esto, el camión partió pesadamente, llevando consigo a los nuevos integrantes de la Asosiación como ganado a punto de ir al matadero.
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